De Manhattan a Brooklyn

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La gran ciudad es un lugar maravilloso para ser despertado por el ruido de un motor en marcha

Si tuviese algún conocimiento sobre motores de coches desearía que aquel que ha osado perturbar mi resaca fuese un Porsche modelo 550 A Spyder.  ¡Maldito hijo de puta! Tan hermoso como el sueño que estaba teniendo y tan endiablado como el polvo blanco que durante toda la noche me estuvo acechando. Amanezco con una erección de caballo, no la puedo desaprovechar. Me toco la polla y pienso que soy un auténtico semental y que Alexia está a mi lado. Como si mi apartamento se tratase del mismísimo Galway, ahí está ella, tan elegante, con su pamela blanca, su vestido a lo Grace Kelly, su tez clara, su carmín rouge Chanel y su cara de clávamela mientras te cabalgo. Comienzo a frotarme. Estoy muy cachondo y la carrera aún no ha comenzado. Necesito un trago. Alargo la mano y encuentro una cerveza en la mesilla de noche. No sé el tiempo que lleva abierta pero me la bebo como si de un Richebourg se tratase. Todavía recuerdo mi etapa de músico prestigioso en los mejores restaurantes de La Borgoña, bebiendo los últimos tragos que se quedaban en las copas de aquellos ricachones. Vuelvo a mirar a mi musa, no me puedo quitar de la cabeza su carita de zorra.

Qué elegante y putita se puede ser al mismo tiempo.

Oh Alexia, qué hambre de verga tienes, cómo te conozco. Le quito la pamela, sospecho que puede molestar al succionar. No me confundo. Cómo la come. Tiene un don. Un jodido don que me hace perder la cabeza. Haz conmigo lo que quieras, nena. ¿Quieres mis entrañas? Se las entregaría en bandeja de plata pero no pares princesa, no seas tímida, no te quedes con hambre. Estoy a punto de correrme pero rápidamente le retiro la cara. Todo su carmín está en mi pene. Quiero pintarle su coñito, trazar un pentagrama en su espalda. Un buen semental siempre monta a su yegua por detrás. Zás. Sin previo aviso se la meto. Cómo le gusta. Decido marcar un ritmo al compás de 4/4, con sus negras, difusas, sus contratiempos ensamblados con sus gemidos. Fóllame cariño, fóllame. Fornicamos duro.

Me salto mis conocimientos de solfeo para perderme en sus notas. King Crimson pone banda sonora a la escena, ahora el ritmo se acelera. Le reviento el culo y me sabe a poco. Quiero más y ella también. Le agarro con gran firmeza del pelo como si de un Stradivarius se tratase. ¿Y ahora qué Alexia? Dirijo su carita de muñeca hacia mi torso y se la clavo por delante mientras que mis dedos, calientes todavía del concierto de ayer, deciden jugar con ese culito tan sabroso. Meto, saco, meto, saco. Quiero más, me dice. Me lamo los dedos, pura ambrosía. Alexia, te voy a llenar entera. Ahora es ella la que parece la yegua en celo. Lléname querido. Cada deseo se convierte en orden. Me corro en su coño y ella conmigo. Otra mancha más de lefa en las sábanas. No recuerdo la última vez que las cambié.

Me quedo en la cama y enciendo un pitillo como de costumbre. No sé qué día es. No sé que hora es. Estoy vivo una vez más. A cada calada que le doy al cigarrillo evoco su nombre: Alexia. Su nombre combina perfectamente con los tres pasos básicos del Fox-trot que estuve tocando toda la noche. Y un dos tres y un dos tres. Apago el cigarro. Parece que mi conciencia quiere darme los buenos días. Harry, olvídate de ella me dice una y otra vez, 30 veces por minuto. Mi peor canción. Quiero un café bien cargado. Intento moler los granos tostados y no puedo. Tengo los dedos agarrotados. No me responden. El día que sea incapaz de tocar el contrabajo significará que habrá llegado el momento de dar un último paseo desde Manhattan a Brooklyn. Amo Nueva York porque tiene lugares maravillosos para saltar susurrando su nombre.

Susu Pétalos

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