Seguridad

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relato erotico nico sanz

Los detalles lo son todo

Hubo un lugar
donde tu risa me sabía a todo,
donde la tristeza se esperaba tras la puerta.
Un manantial que no dejaba de crear.
Creí que todo iba a ir bien,
que no te llevarían, que no podrían contigo.
El paso del tiempo hizo que tu sonrisa se borrara.


 

Cenando en casa. Miércoles noche. Éramos tres parejas. David trajo su nueva novia, una chica del este monísima, como casi todas las de allí, rubia con el pelo liso y muy blanca de piel. Tal vez la mandíbula poco femenina para mi gusto, pero atractiva en definitiva.

Recordé que al día siguiente, jueves, era el día que Núria no trabajaba en la tienda Benetton y me apetecía verla. Así que, durante la conversación, me perdí un momento en el cuarto de baño y le envié un whatsapp.

…” Hola, soy Nico. ¿Te apetece que comamos juntos mañana? ” (22.34h)

Estaba dispuesto a esperar unos minutos y, si no contestaba, bloquearía su número hasta el día siguiente. Pero no hizo falta.

…” ¡Hola! ¡Ya contaba con ir! ¿Dónde vamos? ” (22.35h)

…” Eiii, pues conozco un sitio que tienen quesos de todo el mundo. Si te gustan los quesos, claro. ” (22.35h)

…” Jajajaja. Claro que me gustan. Pero no pediré ningún queso italiano!! ” (22.36h)

…” ¡Exacto! ¿Te recojo a las 13h? Pásame tu dirección. ” (22.36h)

… ” Ok. Quedamos en la plaza Medinaceli. ¿La conoces? ” (22.37h)

…” Sí, sí, perfecto. Hasta mañana entonces. Un beso. ” (22.37h)

…” Dulces sueños. Besos. ” (22.38h)

Bloqueé el contacto, por si acaso, y me reuní con los invitados.

David es un cargo de confianza, de ésos que escogen a dedo y que ganan un montón de dinero. Y su pareja, Janina, se dedica a organizar eventos.

No conozco muy bien las costumbres del este; no sé las distancias entre hombre y mujer, si son como aquí, si puedes tocarla al hablar. Pero el lenguaje de las miradas es mundial y Janina tenía unos ojos azules preciosos.

Sentados en la mesa estaban también los otros invitados, Sergi y Silvia, una pareja con tres niños y con casi doce años de relación. Sergi es banquero, así que está acostumbrado a “recibir” durante las cenas, y Silvia se dedica a llevar la casa, a los niños y a él.

Realmente mi atención se centró en Janina. Vestía una blusa anaranjada, tipo seda, con fruncido en los hombros, cuello maho, un escote más que generoso y manga recta acabada en puño camisero; pantalón ajustado a la cadera, blanco con botones a los lados, que se ensanchaba a partir de la rodilla hacia abajo. Era una línea más atrevida dentro del aire clásico de la marca.

Acabamos el vino y Janina se prestó educadamente a ir a buscar una botella que había traído. David se había encargado de informarla de mis gustos por la uva, o más bien de la fermentación de ésta.

La acompañé a la cocina. Ella abrió una bolsa de papel y me mostró el contenido. Mientras se agachaba, solos en la cocina, pude observar como la ropa interior se transparentaba. Me encanta. Sonriente me pidió que abriera el vino. Entablé una nueva conversación con ella sobre cuánto tiempo llevaba aquí, etc. Mientras me explicaba, le puse la mano en la cintura, la miré y esperé cinco segundos -que son muchísimos cuando por primera vez conoces a una mujer, cuando le estás tocando la cintura y cuando en esos segundos ninguno dice nada, tan sólo miradas.

– Perdona –dije con mi mano en ella.

– ¿Sí?

– Necesito coger el sacacorchos –le dije.

Entonces se apartó y yo aparté mi mano de su cintura, dejándola caer hasta la cadera, despacio. Dejé de mirarla para abrir el cajón, pensando en qué punto estaría al volver a mirarla; si se iría hacia la mesa con los invitados, si se quedaría mirando hacia otro lado, o si me buscaría.

Cerré el cajón y la miré. Ella estaba sujetando la botella, con la mirada baja. Su piel blanca la delató: las mejillas estaban sonrojadas. Avergonzada, tal vez, o excitada por el momento, por lo prohibido. Pero allí estaba, a mi lado. Mientras ella sujetaba la botella con su mano, yo puse mi mano en la botella también, tocando la suya, por supuesto. No se movió. Empecé a dar vueltas al sacacorchos y aquel movimiento rotativo hacía que el culo de la botella diera pequeños golpes seguidos, secos, contra el mármol de la cocina. Me estaba poniendo cachondo tocando su mano cada vez que empujaba hacia abajo, intentando desenroscar el tapón.

– Aguanta fuerte que saco el tapón –le dije.

–  –contestó aún sin volver a mirarme.

Entonces tiré hacia arriba, aplicando un buen golpe, produciendo el tapón al salir un sonido típico de rasgamiento.

– Ya está –le dije mirándola.

Ella levantó la mirada, me miró a los ojos, y fue bajándola hacia mi boca, hacia mi cuello.

– ¿Llevo las copas? –se ofreció mientras se recogía el pelo.

La cena ahora era mucho más amena. Sentados los seis, reíamos. La conversación la fui llevando a buen puerto y Janina acabó siendo la actriz principal. Nos explicaba la de cosas que tenía que inventar para que los directivos venidos de todo el mundo estuvieran a gusto, que no les faltara un detalle. Las habitaciones de hotel, algunas con jacuzzi, otras con vistas al mar; encargarse de que el taxi esté a una hora determinada; el restaurante donde ir, e incluso la compañía que amenice la noche. Interesante.

El postre, pastel de queso. Nunca lo pido en un restaurante porque no hay manera de encontrar realmente uno casero. Pero éste lo hice yo mismo.

Me levanté y no dejé que ninguno de mis invitados se levantara. ¡Faltaría más!

– ¡Nico! Traerás un cava con el postre, ¿no? –preguntó David desde el salón.

– ¿Lo dudabas? –contesté levantando la voz para que me oyeran.

Oí risas de fondo y unos tacones que se acercaban por el pasillo. Solamente había una persona que llevara tacones esa noche –por cierto, lo mejor de su indumentaria: negros, abiertos, con cruzado delantero y ribete deshilachado. Tenía dudas de quien era el artista que los diseñó.

Entró Janina a la cocina. De pie, cruzó la pierna derecha sobre la izquierda y apoyó su mano izquierda sobre el marco de la puerta, a la altura de la cara.

– ¿Te ayudo? –preguntó con voz muy dulce.

– Me encantan tus zapatos –le dije mirándolos. Ella soltó una carcajada.

– ¿De verdad? –contestó mientras cogía uno de ellos entre sus manos.

Eran de Pedro García, aún no muy conocido pero que rápidamente te pueden costar 300€.

– Preciosos –le contesté mientras se lo volvía a poner.

– ¿Te fijas en los detalles? –preguntó Janina. Yo, mientras, sacaba los platos y la tarta de la nevera.

– Lo son todo. La raya de ojos, el perfil de labios, incluso el color de la ropa interior.

Con esta última frase volví a provocar un incendio. Se quedó mirándome sin contestar.

– Tú también te fijas, ¿verdad? –pregunté.

– Sí, mucho. Pero en un hombre es más difícil apreciarlo. No os adornáis tanto. Me llaman la atención diferentes tipos de facciones, por ejemplo, la mandíbula me llama mucho la atención, la nariz, la barbilla… –me explicaba mientras cogía los platos.

Tenía el corazón que se me salía del pecho. Esa mujer me estaba provocando una excitación brutal y ya no había marcha atrás. Antes de salir de la cocina iba a forzar un poco más la situación.

– Entonces, ¿qué te atrae más de mí? –le pregunté sin más rodeos.

– Tu cuello, tu mandíbula. Me gustan.

Y se fue hacia la sala, moviendo las caderas, segura de sí misma. Se giró como si se hubiera olvidado algo, volvió a la cocina y se acercó a mí:

– Y tu mirada…

Y volvió sobre sus pasos hacia el salón.

Les encantó el postre. Brindamos por casi todas las tonterías que se brindan. Pero a mí lo que me interesaba era tener el teléfono de Janina y conseguirlo públicamente, que no tuviera que ocultar el porqué lo tenía.

– Janina, me tienes que conseguir una caja de este vino –le dije intentando la complicidad.

– Claro. Ya te pediré una caja. No hay problema –contestó sin más. Era muy precavida.

– David, ¿ya me dices tú cuando Janina tenga la caja y la paso a buscar? –pregunté como el mayor de los inocentes.

– U os ponéis en contacto vosotros. Será más fácil –dijo David sin darle más importancia. Craso error David, pensé. Ya tenía su teléfono.

Jueves por la mañana, solo en casa, reviso mi aplicación de contactos. He recibido doce mensajes. Los leeré más tarde. Abro el whatsapp, amplío la foto de perfil de Janina. Con unas gafas de sol, sentada en un ambiente chill con la playa de fondo. Buen rollo. Le envío un mensaje.

…” Buenos días Janina!! Espero que te lo pasaras bien durante la cena… ”

Ya estaba enviado. Aunque contestara, yo no lo haría hasta dentro de un rato. Ahora me quería duchar, tranquilamente, escuchando Moanin’.

Bajo el agua caliente, me vino a la cabeza la escena del día anterior. Aún estaba excitado. Janina había entrado en mi juego y eso me ponía muchísimo. Recordaba cuando se agachó para coger la botella de vino, como su pantalón blanco dejó ver su tanga de color rosa. Me hubiera gustado tocarla, desde la columna, bajar hasta su culo y apretarlo. Y sin girarse, meter mi otra mano en su pantalón, tocar su sexo y comprobar lo mojada que estaba.

Mientras pensaba en ella, el agua caía y mi erección iba creciendo. Cogí jabón y empecé a ponérmelo por el pecho, los brazos, la barriga, la cadera, los testículos y el miembro. Estaba enorme. Lo cogí con mi mano derecha. Resbalaba por el jabón. Mi mano izquierda apoyada en la pared y el agua cayendo sobre mi cabeza. Subía y bajaba mi mano, masturbándome, mientras Janina gritaba en mi cabeza. Dejaba caer el agua en el glande, notaba la presión y la temperatura del agua multiplicada por mil. Subía y bajaba fuerte, seguido. Tenía ganas de correrme. Mi brazo estaba tenso, los músculos trabajaban, se marcaban. Las piernas, los cuádriceps, los abdominales, los pectorales… Empecé a notar la sensación. Un hormigueo me recorría desde la espalda, me hacía poner de puntillas, estirar todo mi cuerpo contra la pared, donde mi brazo izquierdo hacía de soporte para no recaer sobre ésta. Un gemido. Ya notaba como subía por mi columna hasta las cervicales. Tiró la cabeza hacia delante y me viene el orgasmo. Muy despacio, muy despacio, lo hago llegar. Tan despacio que no puedo aguantar el sonido de placer que se escapa de mi boca. El esperma sale y choca contra la pared. Un par de golpes secos con mi mano contra mí; vuelve a salir; paro y dejo que salga; ahora muy suave pero seguido; muy suave hasta que puedo volver a coger aire y respirar. ¡Joder…!

Camiseta tricot azul claro de IKKS, Dockers beige, zapatos Geox azul marino, chaqueta tres cuartos caqui y foulard tipo rejilla, azul oscuro. Perfume de Chanel.

En el móvil un mensaje de Janina:

…” Hola! Me lo pasé muy bien. La caja con los vinos me llegará la semana que viene. Ya quedaremos. 

…” Claro. Pero la semana que viene David se va de viaje a Praga. ¿No vas con él? ”

…” No, yo no. Tengo una convención aquí en Barcelona. No podré ir. ”

…” Bien. Pues si tienes libre un rato la semana que viene, me dices y comemos. Y… recojo el vino. ”

…” Perfecto! Ya te diré el día que me lo pueda montar. ”

…” Un beso Janina ”

…” Besos ”

Salí de casa. Eran las 12:30h. Aparqué antes de llegar a Correos, en la calle Angel J. Baixeras, a unos diez minutos andando del punto de encuentro, la plaza Medinaceli, recordada en la película de Almodóvar. Al verla, la sensación es como cuando cedes algo muy tuyo y el otro hace un buen uso de ello.

Paseé con calma por el carrer Ample. Lo primero que uno se encuentra son los supermercados regentados por pakistaníes. Los portales señoriales combinados con las calles estrechas; escaparates vanguardistas, coloridos, que contrastan con tiendas de toda la vida, que ahora son vintage. Los turistas se mezclan con los nuevos llegados; el ruido de las cafeteras y de los platos preparando los menús me llevaron hasta la plaza. La vi, sentada en un banco a la izquierda del Duque.

– ¡Hola!

– ¡Hola! ¡Qué puntual! –contestó mientras se ponía de pie.

– ¡Qué guapa estás! –le dije mientras la besaba.

– ¡Qué va! Pero gracias. ¡Qué bien hueles!

– Tú también hueles muy bien. Tu pelo, a recién lavado… –le decía mientras aprovechaba para desenredar con mis dedos uno de sus rizos y ver como solo se volvía a enroscar.

Ella me miraba mientras lo hacía. Estiró su mano hacia mi cara. Se quedó a medio camino, paró a la altura de mi cuello y tocó el foulard. Bajó la mirada. Con mi mano izquierda sujeté su mejilla derecha. Ella seguía con su mano en mi foulard, congelada. Puse mi mano derecha en su otra mejilla, bajé la cabeza y puse la nariz entre su pelo y aspiré. Olor a frutas, húmedo, limpio. Besé su frente. Fui bajando. Coloqué su cara hacia arriba con mis manos, mirándome. Besé sus cejas. Una primero, la otra después. Besé su nariz, la parte de arriba, la punta. Notaba su respiración, el aire llegaba a mis labios. La miré unos segundos, sin decir nada. Cerré los ojos, no vi nada, sólo sentí el calor de sus labios que recibían el beso tímidamente. Puse su labio superior entre los míos. Lo besé. Después puse el inferior. Nos besamos los dos, girando mi cabeza hacia mi izquierda. Sólo los labios. Nos separamos, sin yo soltar su cara, y sonreímos los dos.

Caminamos hacia el restaurante CheeseMe, en la plaza Jacint Raventós, no sin antes visitar la Basílica de Santa María del Mar. Coincidimos en que habíamos leído la Catedral del Mar y en lo que nos había gustado.

¿Con cuántas personas he coincidido? ¿Con cuántas he pensado que hay conexión? Si no se diera esta química, en mi caso, el sexo no funcionaría, no podría.

El restaurante tiene una terraza, pero prefería algo más íntimo. Al entrar, a mano derecha había una mesa tipo tablón enganchada a la vidriera; después una mesa para cuatro personas y seguía otra vez como al principio, la mesa tipo tablón hasta el final del local. En el medio una mesa para ocho comensales. La verdad es que muy íntimo no era.

Pudimos sentarnos al final, junto a la vidriera, uno al lado del otro, mirando hacia la calle. Lógicamente me senté de lado y ella hizo lo mismo. Mi pierna derecha quedó entre sus piernas.

Escogimos el menú sin perder tiempo. Vino, uno blanco demasiado dulce. Lo mejor del restaurante, la ubicación.

Era la mediana de tres hermanas; el año pasado fue muy mal año, recordaba la muerte de su padre con el cual tenía algo especial; sus relaciones; la última acabó hacía unos meses y aún no había estado con otro hombre desde entonces; tal vez por eso el beso en la Plaza Medinaceli fue tan intenso. Mientras hablábamos, las manos también lo hacían. La mía sobre su rodilla, la suya sobre la mía. Mi pierna rozando su muslo por la parte interior. Poco a poco crecía el deseo y poco a poco nos encontrábamos más cómodos. Me atraía, me gustaba.

No pedimos cafés. Dijimos de tomarlo en otro sitio. Fuimos paseando por el Passeig del Born, calle de la Argentería, Jaume I, hasta llegar a la calle de la Ciutat. Una vez allí me dijo:

– ¿Y el café?

– Con la conversación nos hemos despistado –le contesté.

– Vivo aquí al lado. ¿Lo tomamos en mi casa? –preguntó con naturalidad.

Cómo me gusta escuchar esta pregunta. Qué bien sonó ese café.

Bajamos unos metros más y llegamos a un portal. Una persona salía en ese momento, no hizo falta abrir la puerta. Al fondo, un ascensor antiguo, de esos que aún tienes que cerrar dos puertas de madera en el interior.

Subimos con dos personas mayores que le preguntaban a Núria por su gato, que hacía días que no lo veían. Ella, amablemente, les daba conversación. Paramos en el tercero, ellos siguieron subiendo.

Abrió la puerta, colgó el bolso. Era tipo loft. Sólo entrar ya veías a mano derecha una mesa, el sofá debajo de las ventanas y, en el fondo, cocina americana y dos puertas; una la del baño, porque me indicó que allí estaba por si tenía que ir, y la otra una habitación, ya que se veía parte de una cama.

– Siéntate o tú mismo… Voy un momento al baño –me dijo.

Me senté en el sofá dejando a mi lado la chaqueta. Era enorme comparado con el piso. Busqué como poner la música y vi un altavoz de estos Bluetooth. Lo enlacé con mi móvil y puse On & on de Erykah Badu.

Núria abrió la puerta y vino hacia mí. Yo la esperaba sentado en el sofá. Abrió las piernas y se puso sobre mí. Sin hablarnos, me besó, con sus manos en mi cuello, en mi nuca. Me besaba al compás de la música. La base de la canción hacía que moviera sus caderas; la cadencia era perfecta. Puse las manos en su culo. Me excita notar los movimientos. Ella se acercó aún más a mí, hasta notar mi erección en su sexo. Apretó para sentirla más. Yo me dejaba hacer. Se desabrochó el sujetador. Primero un tirante, luego el otro y lo extrajo por uno de sus brazos. Así estuvo insinuando sus pechos en el interior de su camisa blanca. Sólo podía entreverlos. Subía el tono. Los besos pasaban a mezclarse con mordiscos en los labios y las caderas buscaban que mi polla rozase su clítoris, que lo presionara. Subí mis manos por su espalda, ésta se iba arqueando; un poco más arriba, hacía movimientos circulares; eso hacía que la columna dibujase una S, que los omóplatos se marcaran y se escondieran, que los pechos se marcaran y desaparecieran. Fui desabrochando su camisa. Un botón, otro… Los pechos asomaban, no muy grandes, como me gustan. Se puso de pie y se bajó los tejanos. Yo hice lo mismo con mis pantalones, aún sin quitarme los zapatos. Estaba delante de mí, con un tanga blanco y camisa desabrochada, blanca también. Fantástico. Me bajé mi ropa interior y me quité la camiseta. Se puso de nuevo abierta de piernas sobre mí.

– Tengo ganas de sentirte dentro –me susurró al oído.

– Y yo quiero que me notes –le dije, mientras yo me cogía la polla con mi mano y la apretaba.

Notaba el glande enorme, enrojecido. La apreté fuerte subiendo y bajando la mano sobre el tronco.

– Métemela –me dijo mientras me besaba.

Mi mano derecha sujetaba la polla y con la izquierda me puse un preservativo. Cogí su culo y la dirigí hasta notar como tocaba con la punta de la polla sus labios, su clítoris. Presioné con la mano izquierda desde atrás y presioné el recorrido hasta su vagina.
Gritó al notarla entrar, doblando su espalda hacia mí, apretándome con su mano desde mi espalda hacia ella. Estaba empapada, entró sin dificultad.

– ¡Ufff! Me encanta. Te noto tanto… –me decía acompasando sus movimientos con sus palabras.

– Fóllame Núria –le dije mientras la cogía por la cadera.

– ¿Así te gusta?

– Muéstramelo, enséñame cómo disfrutas, cómo te pone tenerme dentro de ti, cómo te gusta mi polla –le decía, mientras a cada palabra su ritmo se volvía más rápido y profundo.

Tenía la sensación de que tardaría en correrme. Al haberme masturbado en casa antes de venir me ayudaba a controlar mi orgasmo. Le daba absoluta libertad a sus movimientos. Las maneras de hacer de Núria hacían presagiar que el sexo con ella no tenía limitaciones, así que era cuestión de probar. Puse las manos en sus pechos, los apreté, los llevé a mi boca.

– Sí, cariño. ¡Ufff! Joder… ¡así!

Sus palabras eran eróticas, sus gestos endiabladamente sexuales. Seguí un poco más, esta vez alargando las presiones en los pezones. Ella ahogaba un grito a la vez que yo se los apretaba, cada vez más fuerte. Con la mano derecha decidí seguir avanzando y le golpeé, tímidamente, con los cuatro dedos su pecho izquierdo.

– Joder Nico. Me estás poniendo muy cachonda –contestaba a mis atrevimientos.

Otro azote en su pecho, esta vez un poco más fuerte. Estaba fuera de sí. Ahora aprovechaba toda la longitud de la polla para follarme entrándola y sacándola de ella, rápidamente. Con mi mano izquierda bajé hasta su culo, lo azoté, más fuerte que en los pechos.

– ¡Sí! ¡Sigue! –decía.

Me llevé dos dedos de mi mano a su boca. Los chupó.

– ¿Me quieres follar por detrás? –me preguntó.

– Me encantaría… –contesté con la respiración por las nubes.

Entonces ella se mojó los dedos de la mano y los pasó por su espalda hasta tocarse y humedecerse el ano. Me cogió la polla y la puso en su culo. Fue bajando poco a poco. Había entrado tan sólo el glande. Volvió a meterse los dedos en su boca y los llevó hasta su clítoris, donde empezó a masturbarse.

Me quedé mirando la escena, como si no fuera conmigo. Una situación perfecta para mi gusto. Follarla por el culo y ver cómo se masturba.

Gritábamos, nos animábamos. Le cogí la cara, la boca, con mi mano. Me mordía; le tiraba del pelo; me apretaba los brazos.

– ¡No me arañes! –le dije.

Sofocaba sus gritos con mi mano en su boca. Empezó a mover la mano rápidamente frotándose el clítoris.

– Córrete Núria, córrete para mí –le ordené.

– ¡Sííí! –decía mientras movía el culo arriba y abajo lentamente, haciendo que la polla se follase el culo en toda su plenitud, y moviendo la mano rápidamente.

– Tú no te corras, por favor –me dijo con el poco aire que le quedaba.

– Me correré cuando tú me lo pidas –le contesté llevando a mi terreno la situación.

– Joder, cómo me gusta. Quiero que lo hagas en mi boca –exclamó.

Y se corrió. Tan sólo acompañé el movimiento, disfruté de su placer. Se dejó caer mientras poco a poco sacaba la polla aún dura de su culo. Soltó un sonido de repelús hasta que salió.

Se levantó, se quitó la camisa, se recogió el pelo con una coleta y se arrodilló frente a mí, sacándome el condón.

Me comió la polla. Tremendo. Fue la comida más salvaje que había tenido hasta entonces. Empezó con un movimiento rápido de la mano y golpeándose el glande contra los labios, contra las mejillas. Verla me ponía cachondísimo y percibía también su excitación.
Me miraba. Jugaba conmigo, con mi polla. Se la introducía en la boca, entera, hasta el final. Era brutal. Seguía los movimientos rápidos con la mano. Empezaba a notar que no podía controlar la reacción de mi cuerpo; me iba tensando; los músculos recibían las órdenes del cerebro que estaba demasiado excitado como para poner freno. Bajó con su lengua por el tronco hasta llegar a los testículos. Se introdujo uno en la boca, entero. Lo envolvía con los labios, con la lengua. Después el otro. Siguió el camino hacia mi culo con la punta de la lengua. Me hizo abrir las piernas. Tuve que tumbarme y apoyar mi espalda en el sofá. Su lengua me mojaba el culo hasta llegar al ano, donde los golpes con su lengua me hacían notar una especie de calambres musculares. Cuando lo tuvo mojado subió y volvió a comerme la polla brutalmente. Entre entradas en su boca, su dedo empezó a presionarme el ano, a follármelo. Lo notaba entrar. Una situación nueva, extraña, me invadía. Los músculos del ano se relajaron, perdí aquella tensión que iba a hacerme correr de manera inminente. No notaba dolor, notaba un placer diferente, pero me excitaba la situación. Seguí notando como entraba en mí. No sé qué cantidad de su dedo entró, pero el placer al comerme la polla era diferente. Se la metía tan dentro que le venía alguna arcada.

– Ahora me vas a llenar –me dijo con la cara roja y los labios mojados de saliva.

Puso una mano en la base de mi polla, apretando los huevos hacia abajo. Su dedo dentro de mi culo, sin entrar ni salir, me rozaba una zona próxima a la polla que no sé donde era. Y empezó a chupar desde la base hacia arriba, como si bebiera una bebida con una caña. Al bajar apenas hacía presión, tan sólo al subir. Notaba que me venía y pedí permiso.

– ¿Me puedo correr?

Sin dejar de mamármela me miró y asintió. Era como si me arrancaran una parte de mí. El orgasmo fue diferente. Normalmente son latigazos de placer. Esta vez fue placer seguido, de esos que te dejan sin poder respirar mientras te estás corriendo. Largo, intenso, diferente, brutal.

Acabé de rodillas, sujetándole la cabeza que estaba entre mis manos, con mis manos. Me miró. Tenía restos de semen en los labios. La besé, le chupé los labios.

– Me ha encantado Núria –le dije entre besos.

– Y a mí. ¿Te da tiempo a quedarte un rato más?

– Sí, aún tengo una hora –le contesté.

– ¿Una copa de vino? –me ofreció.

– Perfecto –contesté.

Se levantó, desnuda. Pude apreciar su cuerpo, sus piernas, su culo, sus formas. Sacó dos copas grandes y una botella de vino tinto.

Nico Sanz

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Periodista, sexóloga y terapeuta de pareja

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